La derrota puede tener dos caras, una es asumirla con hidalguía y la otra es aparentar debilidad pero con mayor fuerza para la venganza. En ambos casos el aspecto emocional puede frenar y a la vez permitir el avance. No es lo mismo una victoria bien ganada que una derrota mal aceptada.
Así se encuentra la mayoría de los ejecutores y seguidores de la anacrónica revolución cubano-venezolana, frente a los resultados del 6 de diciembre. No obstante, ninguno se confíe en su derrota emocional fulminante, ya que ellos aún se mantienen en el poder, lo que les da ventaja. La oposición venezolana apenas comenzó a dar un paso liberando del secuestro a uno de los poderes que sustenta la democracia y la participación ciudadana.
El pueblo ha sido muy inteligente al ofrecer su voto a favor de un cambio -fue lo que le vendieron- pero ese cambio debe venir con algo más, igual cuando se acude a una operadora de teléfono celular a comprar un plan, se espera algo a cambio como los segundos gratis, megabytes, etc., porque a la final quien va a sostener ese plan del dueño de la operadora, es el que lo compra, así mismo debe ser con el asunto político.
El mal herido procura la venganza al sentirse traicionado y demuestra su estrategia emocional atacando desde el poder, con lo cual coloca en la palestra su estrepitoso signo de debilidad. El régimen ha sido debilitado por el peligroso combate entre el hambre y la vida.
La verdad es que el 7 de diciembre Venezuela amaneció con un pueblo orgulloso de su mayor proeza: bajó la tensión, tanto como cuando se paga el último giro del carro. Debemos estar alerta porque el otro bando sigue con poder, y a la par, los partidos políticos deberían tener un cambio, despojarse de la política tradicional que no ha conducido al país a buen puerto, tomando en cuenta el agotamiento que se ha desarrollado por el hambre existente en el país.
Luce desproporcionado escuchar y observar gestos de políticos tradicionales, sacar a los que están ocupando cargos porque así lo hizo el régimen o que en nombre del “cambio” digan que tal o cual cosa no sirven, sin ofrecer opciones.
Millones de venezolanos electores fueron movidos con la idea de un cambio, pero no a la luz de la venganza porque con eso no se construye. Las alianzas tienen que hacerlas con el pueblo y para el pueblo, tanto a la ofensiva como a la defensiva. Lo demás hay que dejárselo a Dios. Vamos a quitarnos esos clichés de lo que es del cura va pa´la iglesia.
El pueblo le abrió a cada postulante en el parlamento, una oportunidad de empleo por cinco años, se deben poner a trabajar, a pensar, a servir al pueblo. A crear para cada ciudadano un proyecto de vida que no lo tienen. Lo único que hay hasta ahora es, sígueme para yo seguir en el poder y tú te arreglas con lo que alcance para ti. Pues no, la corrupción tiene que acabar, esa realidad tiene que cambiar, el pueblo es el soberano, es el que manda, es el que ostenta el poder desde el 7 de diciembre. Los políticos son los servidores del pueblo. Eso tiene que quedar grabado en la mente de cada uno.
Venezuela no debe seguir sosteniendo partidos políticos parasitarios, más bien gente preparada que piense y actúe con inteligencia. Los representantes de partidos políticos tradicionales, incluido el prehistórico del régimen, no deben despojar de sus glorias al pueblo, porque hay un pueblo que cobra. Un pueblo despierto es un monstruo de mil cabezas para imponer su poder.
Es tiempo de trabajar, no de celebrar y tomar venganzas, sino por lo contrario se debe tomar acción. Pensar en el pueblo primero es acertar sobre la materia prima que tiene un país para votar y desarrollarse. Aún el enemigo no está vencido, solo está debilitado emocionalmente en una de sus partes.
Venezuela está esperando por los hijos que pariera, para crecer y ofrecer el talento de cada uno y ser un mejor país.
@susanamorffe
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