viernes, 13 de mayo de 2016

OPINIÓN



JUICIO POLÍTICO, UN JUICIO MORAL


No alegra el juicio político a ningún presidente constitucional. Empero, el procedimiento seguido en Brasil, más allá de muchas de sus discutibles y penosas aristas, ofrece todas las garantías al encausado. E independientemente de cómo se dilucide, es fundamental que este abra un tiempo nuevo, en el que los monumentales esquemas de corrupción organizada —como el que afectó al Partido de los Trabajadores— no tengan más lugar.
La situación de Brasil produce hoy una enorme tristeza. Que el país más grande de América Latina, como territorio, como producción y como población, chapotee en el fangal en que se encuentra nos avergüenza y afecta a todos. No podemos dejar de mirar esta etapa de la vida brasileña sin ese sentimiento, porque un Brasil debilitado y desprestigiado resta credibilidad a nuestra región y, en el caso del Mercosur, quedamos aún más paralizados de lo que ya estábamos. 
Más allá de sentimientos, es de desear que Brasil procese los cambios políticos en curso cuanto antes, dilucide las enormes responsabilidades penales de las principales figuras del PT y pueda reconstituir un gobierno con estabilidad.
En el caso, no hay que perder de vista lo fundamental: toda esta tormenta arranca en una fenomenal corrupción, sin precedentes, que implicó a todo el partido de gobierno con una profundidad y generalidad que asombra. No se trata de un funcionario extraviado o de algunos abusivos favores clientelísticos. Estamos ante una organización, manejada desde la cúspide del gobierno, para sostener la estructura política del PT y asegurar su permanencia en el poder. Como ocurre siempre, el que robó para la Corona también lo hizo para sí y a la maraña destinada a financiar al partido, se le añadió la voracidad personal de los conductores del proceso. En el camino, cayeron también los principales empresarios de construcción del país, cómplices de la gran maniobra, que ahora se declaran víctimas de una situación que se les imponía, devuelven dinero en cantidades enormes para mejorar su posición judicial y juran que el futuro será distinto. No estamos hablando de empresarios medianos; son los más grandes del país, los más tradicionales, además…
Esta situación moral es muy importante a la hora de mirar el proceso político. Hablar de que hay “una maniobra de la derecha” contra el partido “progresista” es una fantasía propagandística de quienes no quieren asumir la corrupción de una izquierda brasileña que fue emblemática para toda América Latina y hoy es un ejemplo cumplido de traición a sus principios y a su prédica histórica.
En medio de ese tsunami, el  Gobierno se hunde en un pozo de descrédito y, a partir de las comprobaciones judiciales, irrumpe el juicio político a la Presidente. Personalmente, hubiéramos preferido que el Supremo Tribunal Electoral anulara toda la elección, al comprobarse que en la campaña de la fórmula presidencial se usaron fondos provenientes de los actos de corrupción. Quizás hubiera sido más claro, porque el fundamento es indiscutible y porque difícilmente el Vicepresidente pueda llenar el enorme vacío político que se abre. Pero el hecho es que, ante un tribunal que no se pronunciaba, se adelantó el juicio político (el clásico “impeachment”) y se vienen cumpliendo, paso a paso, las formas constitucionales.
Es un procedimiento muy garantista, que en cada etapa va exigiendo requisitos formales estrictos y la presencia constante del Supremo Tribunal Judicial, que ha ido controlando lo que se hace. En el caso de la destitución de Fernando Lugo en Paraguay, se escandalizó por la premura del procedimiento, pese a que se había realizado conforme a la Constitución paraguaya. Ese argumento efectista no podrá alegarse en este caso, en que las instituciones vienen funcionando parsimoniosamente dentro de las reglas del Estado de derecho.
Naturalmente, el espectáculo parlamentario del voto del juicio político fue lamentable. Pero lamentable para los dos lados. Esos diputados que votaban y declaraban como ciclistas en la llegada, dedicando su voto a la madre o al Padre Eterno, son —desgraciadamente— el promedio del Brasil político. La democratización de la república tiene esas consecuencias no esperadas: la irrupción de una fauna variopinta y extravagante, salida de las entretelas de una sociedad contradictoria, donde alternan los intelectuales paulistas con los mafiosos cariocas.
Repito: no nos hace feliz el juicio político a un Presidente electo. Pero el fenómeno de corrupción es global e inédito. No es verdad que la Presidente no tenga nada que ver. Si incumplió la ley de ordenamiento financiero, no lo podemos juzgar nosotros a la distancia; lo harán los poderes constituidos  y punto. Pero, aparte de ello, ¿quién puede exonerar de responsabilidad a una Presidente que lleva cinco años en el poder y que en todo el período anterior fue jefe de gabinete y ministro de Minas y Energía de Lula da Silva? ¿No se daba cuenta de nada de lo que ocurría a su alrededor, pensaba que los diputados del “mensalão” votaban por convicción y que los multimillonarios contribuyentes a sus dos campañas presidenciales lo hacían por fervor democrático o porque, súbitamente, se habían vuelto simpatizantes del PT? ¿No fue Presidente del Consejo de Administración de Petrobras de 2003 a 2010 y manejó la empresa a través de funcionarios de su íntima confianza? ¿No sabía nada, no se  enteraba de nada? Es una persona técnicamente capaz como para imaginarla tan distraída y desaprensiva. Que hoy no medien evidencias de enriquecimiento personal no la exonera de la enorme responsabilidad moral que tiene en el escándalo. Moral y política. Además de jurídica.
Por estas razones, es realmente insostenible ese reflejo de los grupos políticos populistas (o de la sedicente izquierda) que engolan la voz hablando de un “golpe de Estado parlamentario”. Ayer una empresa de construcción anunció que devolverá 280 millones de dólares de lo que facturó en sobreprecios ilícitos para sostener la corrupción de los gobernantes del PT. ¿No se sienten cómplices cuando salen a defender ese gobierno y ese partido? ¿No sienten vergüenza alguna? Es verdad que quienes defienden la dictadura de Nicolás Maduro han demostrado ya un rostro hormigonado como el de los viejos soviéticos. Pero aquí ni se discuten atropellos políticos: se trata de ladrones, de un partido que —como lo han demostrado los jueces— se había transformado en una asociación para delinquir y eternizarse en el poder.

Abogado, historiador y escritor. Fue dos veces presidente de Uruguay.



SALIDA NORMAL 

Susana Morffe

Los que aman a Venezuela están en la calle, pero los que temen se esconden tras las efímeras regalías del poder. Un buen líder desafía las adversidades y son los que están en las calles, pero un mal gobernante, ataca, destruye y endurece la vida de los gobernados. 

Para algunos la intuición o el sexto sentido no es más que el alma de cada individuo conduciendo, abriendo y cerrando caminos, ¿Para qué todo esto? Supongo que para hacernos comprender el error y la verdad, lo bueno y lo malo, lo público y privado, lo actual y lo de antaño, el progreso y el retraso.
Significa  que  durante los largos años de dictadura en Venezuela, se han formado liderazgos en la calle, son los que han salido a vencer, a pesar de muchas muertes atravesadas en el camino. Son estos tiempos “raros” que han conducido a la fatalidad donde lo malo se acepta y se asume como normal. Ejemplos en Latinoamérica son muchos y el más reciente es Brasil.
En Venezuela tenemos a corruptos de cuello blanco, malandros vestidos de verde, batas blancas sin médicos, hampón con licencia para matar, “bachaquero” con sueldo de un profesional, el violador es un historiador, el repartidor de agua es contador, el narcotraficante lo distinguen con soles, un reo es una eminencia, un juez y político también llevan su rango. Es una larga lista de un país que deja sin trabajo a los empleados públicos por expresar sobre el sistema de gobierno su inconformidad.
Si una buena parte de la población está luchando por querer un país libre, “democrático”, entre comillas porque ese sistema también es amañado por los que ostentan el poder, como es el caso del régimen actual que se dice “democrático” y dista totalmente de su ejercicio. Entonces, habría que entender  y aceptar que las reglas del juego se cambiaron y la población se encuentra en franca descomposición en todos los niveles, pero con una gruesa carga de intención para salir del régimen despótico.
Un gobernante sensato, libre de odio, aceptaría la respuesta de sus gobernados y acataría el mandato del pueblo soberano: renuncia inmediata. Pero, aquí está el pero, mientras la sordera protagónica en el ejercicio inadecuado del poder los lleva a cometer todo tipo de atropellos, se buscan otras salidas. Es triste que tengamos todos los venezolanos que caer en lo que ha sido el sueño del régimen comunista cubano. Es parte del odio engendrado por “supuestos” venezolanos que solo han tenido a su cargo el poder para amasar fortunas y detener el progreso de la nación, saqueando todas sus reservas para acariciar la ambición desquiciada de otros.
En cierta oportunidad, el estimado luchador por la paz y discriminación en su país, Nelson Mandela, un líder que agarró calle y terminó en la cárcel muchos largos años, sentenció lo siguiente: “Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo”.
Conquistar el miedo es tomar la bandera de la victoria en la calle, en los espacios personales, familia, empleo, profesión, relaciones y sueños. No debemos concluir que todo aquello que resulta malo, algunos lo ven normal. Las etiquetas son muchas, como por ejemplo, el odio, la mentira, la envidia,  calumnia, chisme, corrupción y tantas otras que muy pobremente, son posturas “normales” del ser humano y de la política. Es cierto, pero son posturas de gran incapacidad para crecer y tener una visión distinta de la vida, fuera de las señaladas.
Si volteáramos todos esas cosas que creemos son “normales”, seguramente tendríamos un enorme generador de energía que convertiría a Venezuela en una gran potencia, sobre todo por su más costoso recurso como los venezolanos.
En estos momentos se están cargando baterías; pensar lo “normal” y todo aquello que está impulsando a la gente a salir a defender lo que es suyo debería tener un buen final, alimentado por razones de noble y  alto precio. Si pensamos lo contrario, seremos atrapados por las hordas de los errores y caeremos nuevamente en el mismo foso del cual no hemos podido salir. 

@susanamorffe



BACHACO TODAY

José Domingo Blanco (Mingo)

Los precios de los productos -de todos, sin excepción- los establecen los bachaqueros. El término bachaquero, tal como se usa hoy en Venezuela, me parece, en sí mismo, una aberración que connota la viveza de quienes decidieron hacer del hambre, la escasez y la necesidad, un negocio lucrativo que les arroja enormes ganancias y distorsiona el mercado de la oferta y la demanda. Los bachaqueros son los monopolizadores de los productos regulados, nadie más: ellos los tienen, los consiguen, los comercializan y cobran hasta mil veces el “precio justo” y ridículo que les impuso a los fabricantes el régimen. Son como los bachacos de los cuales tomaron el nombre: una plaga que infecta jardines descuidados.
Que no nos quepa la menor duda de que ellos han sabido captar el momento de miseria que atraviesa el país y hacer de esta su oportunidad de prosperar; pero, prosperar no con la mentalidad del empresario que arranca con un pequeño capital, muchas ganas de trabajar, grandes ideas y proyectos en mente. No, esa no es la esencia del bachaquero: esos no están pensando en construir y edificar. Esos no están pensando en abandonar el tarantín improvisado, instalado a la intemperie en cualquier zona popular. Total, ¿para qué más? En la redoma de Petare o en las calles de Catia, no se paga impuesto sino un diezmo al Guardia Nacional de turno para evitar el decomiso y el costo de una sombrilla remendada que proteja los productos del sol.
En los bachaqueros –que, a mi juicio, han hecho un gran aporte a la inflación y, al mismo tiempo, insisto, son los que fijan el precio real de los productos regulados- priva la inmediatez y el oportunismo. Y seguirán proliferando en la medida que haya gente que les compre. He tenido la oportunidad de ver cómo operan en los alrededores de los automercados. Cómo mueven sus tentáculos para hacerse de esa harina de maíz marcada en el empaque a 19 bolívares y que ellos luego revenderán a Bs. 1000. Con una habilidad asombrosa, se montaron una estructura comercial, que los hace aparecer como la única opción para que las familias venezolanas se abastezcan.
Oigo a la gente decir “bachaqueros” con una mezcla de ira y odio. Lo he escuchado como insulto en cualquier discusión simple. Percibo ese sentimiento de furia e impotencia, incluso en señoras humildes que ven en los bachaqueros al carroñero que les roba la posibilidad de conseguir “alguito” de pasta o arroz con qué darles de comer a los muchachos. Lo escucho de las cajeras de automercados –a los que cada vez voy menos, por cierto- cuando los ven merodeando en las afueras: “ahí están esos bichos. Pero, hoy se van a joder, porque no hay nada. Ya no queda nada” (sic); mientras, con una rabia inocultable, va pasando mis compras. Lo oigo de mis conocidos y allegados: se les transforma el rostro cuando describen la tortura en las que se han transformado sus visitas a los automercados y farmacias. Lo oigo de tanta gente que asegura que los bachaqueros son, en su mayoría, unos malandros que llegan amenazando a quien se le ocurra rezongar cuando se colean, sin importarles las horas de espera de quien madrugó para estar entre los primeros de la fila.
Hay algunos más radicales que los califican de plaga. De esa que daña todo a su paso. Tampoco es casual el incremento de robos y hurtos en las urbanizaciones y centros comerciales donde existen estos comercios. La semana pasada, a una amiga la asaltaron dos rateritos cuando el empaquetador guardaba las compras en su carro. Ella no era la primera, ni sería la última, víctima del hampa ese día. Ahora, en ese centro comercial, eso es lo normal: lo común. Lo dicen los vigilantes y los dueños de las tiendas. “Esto se vino a menos: aquí roban mínimo a tres personas todos los días”.
El precio de las cosas lo están fijando los bachaqueros. Y el régimen no hace nada para detenerlos. Una fuente me revelaba hace poco que el gobierno ha querido dar luz verde a los productores, pero bajo cuerda, para que cobren el precio que tengan que cobrar por los productos que ellos mantienen regulados. Eso sí; pero que quede como una decisión de los dueños de fábricas; que jamás se diga que fueron ellos quienes sugirieron esta idea. Solo que los productores no tienen una pizca de tontos y no piensan caer en el peine. Porque este régimen, no quiere aparecer como el débil que tuvo que dar su brazo a torcer y rectificar esta política de hambre concebida para mantenerse aferrado en el poder. Sin embargo, quizá, en el fondo hay partidarios del gobierno que están conscientes de que esta situación es insostenible y, a manera de lavatorio de culpas, promueven algún tipo de solución: así, haciéndose la vista gorda, para que los empresarios cobren por sus productos el valor real de los mismos. Algo así como una especie de paladín que, desde el anonimato, intenta enmendar los errores del gobierno para el cual trabaja y, por qué no, del que se avergüenza.

@mingo_1
mingo.blanco@gmail.com 
 

EL GENERAL OSORIO Y EL SEUDO EMPRESARIO NAMAN WAKIL

En la respuesta a un camarada del general Carlos Osorio en Aporrea, el mismo no explica las razones por las cuales sus cuñados tenían empresas de maletín en paraísos fiscales y recibían depósitos millonarios del seudo empresario Namal Wakil, proveedor de alimentos del régimen en el momento en el que era ministro de Alimentación y controlaba CASA.
Es evidente que se cometieron, según ha reconocido hasta el propio Maduro, actos ilícitos en la gestión de Cadivi con importaciones ficticias y sobrefacturadas. Este entramado de corrupción es parte de lo que hemos definido como el saqueo cambiario.
Como ha quedado demostrado, los cuñados del general Osorio, Jesús Tomás Marquina Parra y Néstor Enrique Marquina Parra, recibieron pagos del empresario Naman Wakil por 5 millones 850 mil dólares por facilitar la compra de 40.000 toneladas de carne de Brasil con sobreprecio y caducada por parte de CASA cuando Osorio era ministro de Alimentación.
Si el general Osorio se considera inocente, debería responder directamente las interrogantes que han surgido en la opinión pública sobre sus vínculos con estos graves hechos.
Maduro y el general Padrino, al negarse a ordenar una investigación sobre el caso, se hacen cómplices y responsables.
No se está atacando a la FAN, como el general Osorio quiere hacer creer, escudándose detrás de ella y de su supuesta lealtad a Chávez. Se están realizando señalamientos concretos y el país espera respuestas concretas.
Es contradictorio que Maduro haya dicho cuando asumió el gobierno que la corrupción “se estaba tragando a la Patria”, pidiera poderes especiales para combatirla y ahora decrete más corrupción e impunidad al cercenar las funciones contraloras de la Asamblea Nacional, donde los diputados Carlos Berrizbeitia e Ismael García solicitaron, y así se aprobó, la interpelación de los generales Osorio y Marco Torres.
Ante el desacato de ambos funcionarios, quienes se negaron a asistir al parlamento, se aprobó la moción de censura contra ambos, responsables directos de la terrible escasez y encarecimiento de alimentos que hoy sufren todos los venezolanos.
Hasta los trabajadores de Abastos Bicentenario han exigido que se investigue al general Osorio. Se deben establecer responsabilidades penales y hay que recuperar el dinero robado al país a través del proyecto de ley que promueve el diputado Freddy Guevara en la Comisión de contraloría de la Asamblea Nacional.
El que no la debe, no la teme. Tanto Osorio como Marco Torres deberían separarse de sus cargos para facilitar la investigación que debe conducir el Ministerio Público donde ya existen denuncias contra el seudo empresario Namal Wakil, proveedor privilegiado del régimen, quien actualmente se encuentra en Miami disfrutando de los bienes producto del asalto perpetrado al pueblo venezolano.

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