Quiero tomar en serio el país pero no puedo controlar la risa o el desespero que produce el escenario montado por un grupo artístico incipiente, entre ellos protagonistas y actores de repartos, incluidos los extras que debieron salir de una escuela propia en artes escénicas, pero no, fueron sacados de un escaparate destartalado.
El guion va así: Someten a un país a toda clase de privaciones en estrategia para otros que tengan en un futuro la facilidad de gobernar con un pueblo acostumbrado a la escasez, humillaciones y sin valores humanos, lo cual beneficiará a los actuales inquilinos del poder y a los de futuro turno. Se hablan pazjuatadas y sobreviven en sus tronos oxidados a punta de mentiras y engaños, con inventos de guerras, conspiraciones y magnicidios.
La trama va propiciando los errores, uno a uno, no hay tiempo para análisis, planes o estrategias razonadas. Se sirven de la antiquísima y manida frase novelera “como vaya viniendo, vamos viendo”, lo cual consagra a la clase en el poder como “los más preparados para dirigir el país”, con los entusiasmados aplausos de seguidores venidos a menos. Por cada torpeza piden auxilio a otros, incluido el Papa, solicitan intervención en la solución del problema del día, para dejar al espectador con el clarísimo entendimiento de la poca capacidad para resolver. La iglesia deja a un lado su rol de evangelizar y propagar la palabra de Dios, incursiona en la política y toma entre ratos el papel de Pilatos.
La tribu no resuelve y busca a similares, apache o piel roja, recapturan la agenda oxidada de Cuba con dos ancianos en sombría senilidad, quienes exigen trueque de especialistas a cambio de más petróleo, ellos a su vez ordenan una pensión miserable para tapar el desfalco que hacen a cada venezolano. Plantean la gestión pública de manera que se convierta en otro escaparate como alternativa en lugar de una vía de solución para el mejoramiento de vida. Aparece en escena el gigante en tamaño con un severo síntoma de enanitis cerebral, ¡Que terrible enfermedad ésta! , sobretodo porque no existe la medicina para transformar la salud dañada debido a locura emocional y obesidad cuchufleta.
Todo sucede muy rápido en la burlesca pantomima que comenzó y terminó con aquel delirante personaje llevado de la mano de un guión en el que se incluía a Caín y Abel, actualizado en el mausoleo Tropicana de La Habana. El hígado se revienta porque la mayoría no quiere ser gobernada por bichos que producen bilis en exceso, con estúpidas consignas, mohosas ideas que inflaman la tiroides y produce espasmos en la zona de tolerancia. Se ha perdido el sentido de la realidad para dar paso a brutales maneras de convivencia, donde el asesinato crea intimidación y favorece la inseguridad económica y social.
Se termina el inventario de alimentos, venezolanos como judíos errantes van en busca de algo para sobrevivir. La gente desolada acude a los sitios menos indicados para vaciar sus angustiosos problemas en búsqueda del arca perdida. La ciudad se va quedando sola. Los vehículos no tienen gasolina, cauchos, ni otros repuestos que los echen a rodar. La ignorancia no va acompañada de una guía para estar en los organismos apropiados y obligados a solucionar problemas de los que sufren. En la locura colectiva aparecen nuevos actores que van deambulando por barrio, calles y avenidas, buscando votos y en tal forma reiniciar nuevos negocios en el mercado de las leyes. La crítica especializada informa que se trata de una obra demencial, donde no se aprecia el mensaje apropiado ante la crisis devastadora que existe en el país. Aparece el fenómeno de la emigración y en sonoras exclamaciones “me quiero ir, me quiero ir”, el país va quedando peligrosamente desahuciado ante los ojos del mundo.
Como colofón, la trama sorprende con un individuo preocupado por el deterioro y plantea una reingeniería en el país. No es lo que debe ser, pero es lo que se debe hacer y así frenar la proliferación de incapaces, bandidos, ladrones, homicidas y los narcotraficantes ubicados en cargos claves para mantener la economía paralela. La comunidad harta de ineptitud toma medidas a su antojo para hacer justicia en sus poblaciones. Entre tanto martirio, sorprende que actores y receptores, dejen a un lado los aplausos, algunos mueren de la risa, otros del hambre, explota el país y nace la nueva república.
@susanamorffe
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