Mente
suspicaz
Por:
Susana Morffe
Contando los días y nada pasaba. El tiempo se hacía largo
y al parecer las 24 horas del día sufrieron un desliz y todo seguía igual,
largo, sin pausa y con lluvia. Vaya que día tan abrumadoramente extraño. Todo
esto llegaba a la mente de un hombre empeñado
en cambiar su mundo, porque el mundo real era distinto a sus perspectivas.
“Les recordamos que hoy una onda tropical, la número 45
tocara la zona este y se prevé nubosidad con precipitaciones de alta intensidad,
cuidado si se convierte en huracán”, así
informaba la radio por reporte que llegaba de los meteorólogos. Jaime no creía en
ellos porque siempre se equivocaban, sin embargo, tomó previsiones.
Ante su constante incertidumbre pensó: “Que puedo hacer
para cambiar esta vida aburrida, sin un horizonte claro y días tan pesados”.
Por esas cosas que llaman energía, de hecho los seres humanos somos energía, el
asunto no lo detuvo para iniciar una reflexión sobre la piedra filosofal, más
bien su polvo cósmico se estaba armonizando en otras zonas y así llegó a tomar
control de su mente para enviar mensajes telepáticos a quien pueda interesar.
Quién sabe si Jaime rayaba con la locura, pero su
experiencia lo llevó a reproducir sus ideas hacia otros mecanismos
tecnológicos.
El propio amigo de Jaime, al que llamaban Nacho, su
nombre original es Ignacio, le advirtió que podía encontrarse con episodios sin
poder controlarlos.
Y así fue, Jaime reveló con sus ideas un mundo casi
fantasioso y algún radar, GPS u otro adminiculo desconocido captó sus señales y
¡cáspita!, le respondieron:
-Recibimos sus señales, están siendo procesadas a través
de un circuito tecnológico, capaz de traducir las ideas y registrarlas con una
máquina diseñada de alta densidad, algo nunca visto.
Jaime quedó sin palabras y pensó que alguna persona le
estaba jugando una mala pasada y conocía además de su situación, enseguida
pensó en Nacho, pero este estaba atónito ante semejante revolución informática.
-¡Lo logre!, dijo Jaime alborotadísimo, puedo cambiar mi
mundo, gritó.
A todas estas, Nacho no salía del asombro cuando escucho,
de cuerpo presente, la respuesta que llegaba como del más allá.
En esa simbiosis que duró unos instantes, se miraron
frente a frente Jaime y Nacho con los ojos exorbitados, en trance, era como una
levitación, algo inesperado, más
confuso que el socialismo-comunismo,
pero tan real como la democracia inorgánica.
Jaime sorpresivamente de nuevo grito: ¡Dios mío, ayúdame!
¡Zuas! Llegó el apagón.
susana.morffe@gmail.com
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