domingo, 4 de agosto de 2019

Cuento


Mente suspicaz

Por: Susana Morffe

Contando los días y nada pasaba. El tiempo se hacía largo y al parecer las 24 horas del día sufrieron un desliz y todo seguía igual, largo, sin pausa y con lluvia. Vaya que día tan abrumadoramente extraño. Todo esto  llegaba a la mente de un hombre empeñado en cambiar su mundo, porque el mundo real era distinto a sus perspectivas.

“Les recordamos que hoy una onda tropical, la número 45 tocara la zona este y se prevé nubosidad con precipitaciones de alta intensidad, cuidado si se convierte en huracán”,  así informaba la radio por reporte que llegaba de los meteorólogos. Jaime no creía en ellos porque siempre se equivocaban, sin embargo, tomó previsiones.

Ante su constante incertidumbre pensó: “Que puedo hacer para cambiar esta vida aburrida, sin un horizonte claro y días tan pesados”. Por esas cosas que llaman energía, de hecho los seres humanos somos energía, el asunto no lo detuvo para iniciar una reflexión sobre la piedra filosofal, más bien su polvo cósmico se estaba armonizando en otras zonas y así llegó a tomar control de su mente para enviar mensajes telepáticos a quien pueda interesar.
Quién sabe si Jaime rayaba con la locura, pero su experiencia lo llevó a reproducir sus ideas hacia otros mecanismos tecnológicos.

El propio amigo de Jaime, al que llamaban Nacho, su nombre original es Ignacio, le advirtió que podía encontrarse con episodios sin poder controlarlos.
Y así fue, Jaime reveló con sus ideas un mundo casi fantasioso y algún radar, GPS u otro adminiculo desconocido captó sus señales y ¡cáspita!, le respondieron:
-Recibimos sus señales, están siendo procesadas a través de un circuito tecnológico, capaz de traducir las ideas y registrarlas con una máquina diseñada de alta densidad, algo nunca visto.

Jaime quedó sin palabras y pensó que alguna persona le estaba jugando una mala pasada y conocía además de su situación, enseguida pensó en Nacho, pero este estaba atónito ante semejante revolución informática.
-¡Lo logre!, dijo Jaime alborotadísimo, puedo cambiar mi mundo, gritó.

A todas estas, Nacho no salía del asombro cuando escucho, de cuerpo presente, la respuesta que llegaba como del más allá.
En esa simbiosis que duró unos instantes, se miraron frente a frente Jaime y Nacho con los ojos exorbitados, en trance, era como una levitación, algo inesperado,  más confuso  que el socialismo-comunismo, pero tan real como la democracia inorgánica.

Jaime sorpresivamente de nuevo grito: ¡Dios mío, ayúdame!
¡Zuas! Llegó el apagón.

susana.morffe@gmail.com



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