Este artículo fue escrito para El Times por una
persona que ha vivido desde su infancia, en familia y en la calle, los rigores
del color de la piel. Lo reproducimos porque su lectura llama a la reflexión.
Prieta. En casa, todos
teníamos un sobrenombre tan cromático como cariñoso: un hermano de cabello
rubio era el güero, el menor era negrito. Yo, que
tengo la piel morena como mi abuela paterna, siempre fui la prieta.
Fuera del círculo familiar, en el norte de México, el apodo era un insulto.
|
¿Qué palabras usamos
para hablar de nuestra identidad? ¿Cuándo sirven para marginar, discriminar o
agredir? ¿De qué modo cambia el sentido de las palabras cuando envejecen o
cruzan una frontera?
|
Hace poco, una nota
sobre los latinos que se han unido al movimiento Black Lives Matter nos
presentó una dificultad: ¿cómo traducir al español el lema Black and
brown con el que se identifican muchos latinos en Estados Unidos?
Traducir es un ejercicio de precisión, corrección verbal y mucho más. Las
palabras también implican una postura política.
|
“El término brown puede
simplificar demasiado las cosas”, escribió Jennifer Medina, “dado que a
menudo se usa para describir a personas de múltiples continentes y diferentes
culturas, cuyo color de piel puede variar de marfil a siena”.
|
Los latinos no solo
enfrentan el racismo en Estados Unidos, también arrastran ciertas actitudes
que prevalecen en América Latina, donde todavía no termina de darse esa incómoda
conversación en torno a la raza, como observó Jorge Ramos en su
columna sobre la discriminación contra los afrolatinos. Y aunque en Perú o
Argentina existen grupos que reivindican el “poder marrón”, hay países —tan
mestizos como racistas— en donde jamás se aceptaría ese adjetivo para hablar
de una persona, mucho menos para discutir lo que significa en términos de
identidad, injusticia y privilegio.
|
Tal vez por eso “personas de color” no es un término
tan habitual fuera de Estados Unidos. Pero las protestas inspiradas por la
muerte de George Floyd a manos de la policía han llevado a una reflexión
global más profunda, incluso en países como Francia o en Japón, donde recién empieza a discutirse la profunda
discriminación racial.
|
Más allá del
lenguaje y la política, el color de la piel es una herencia genética que
cuenta una historia, para muchos traumática: “Como cuenta la historia que se
repite en mi familia, y como me han permitido confirmar las modernas pruebas
de ADN”, escribe la poeta Caroline
Randall Williams, “soy descendiente
de mujeres negras que eran sirvientas domésticas y hombres blancos que
violaban a sus empleadas”.
|
El color de su piel,
dice Williams, es testimonio de una violación y prueba de los abusos de los
confederados del sur de Estados Unidos, cuyos monumentos algunos quieren
preservar. En cambio, el color de la mía es un recordatorio del cariño de mis
abuelos, que ya no están, aunque prieto sea todavía una
expresión de desprecio en mi país. Y todavía no haya una amplia y franca
discusión al respecto.
|
Elda Cantú (NYT)
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario