Escribir sobre las estupideces que se están viendo en esta Era, puede ser una estupidez. Tal vez esconderla significa ser cómplice de las estupideces al no poder frenarlas. También al escribirlas, surte un estado de transformación que compensa, como un buen antídoto, para no ser leal a la estupidez.
¡Salve Albert Einstein!, cuando dijo: “solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera”.
Obviamente, el genio científico de la relatividad, pudo resarcir su opinión sobre el universo cuando reconoció el poder de Dios, al considerar que “Dios no juega a los dados”. El dueño y creador de la gigantesca comarca terrenal es Dios.
La historia del mundo ha estado inmersa en hechos que han resultado a la postre, una gran estupidez. Pero gracias a ella, se corrigieron algunas, otras se repitieron porque comenzaron a crecer un buen número de estúpidos.
Primeramente se dividió en dos toletes: la política de izquierda y la de derecha. Nacen en la Francia de 1789, durante el inicio de la Revolución Francesa, para posteriormente extenderse a gran parte de los sistemas políticos del mundo. Hasta ahora no se ha podido detener y ha resultado en estos tiempos la gran estupidez en el mundo, ya que si sus principios fueron aceptados, con el tiempo sufrieron deformaciones para terminar hoy en izquierdas de mutilación y exterminio del ser humano.
América Latina ha sufrido las peores equivocaciones con los regímenes de izquierda ultrosa.
También hay que reconocer que muchas individualidades, se ampararon tras esas izquierdas para cometer hoy sus fechorías y las observamos escenificadas en la agonizante Venezuela.
Que triste y doloroso es ver que otros países vecinos pueden dirimir sus diferencias con más razón y corazón.
¿Cuál es el mejor camino? Dudo que sea este que vivimos. Debe haber otro y no lo queremos ver.
Venezuela está enferma de política barata y hace falta ayuda humanitaria para librarnos de esta epidemia que acaba con niños y ancianos. Hace falta corazón para vivir de pie.
Tengo un amigo que lo llamo “el sabio margariteño”. El dice:
-A mí me importa un comino lo que haga o deje de hacer Maduro, yo estoy bien. Si no tengo para comer arepa como otra cosa, pero yo estoy bien. A esa gente yo la aparto porque esa mala energía se pega.
-¿Si le preguntan si es de oposición o de los contrarios, qué responde?
-Yo soy de lo que hago y de como vivo, lo que hagan ellos es su problema con su conciencia.
-Ahora dicen que la gente se está volviendo loca por el hambre y falta de medicinas, -le comento.
-Anteriormente vivíamos mejor, ahora todos quieren llegar a Miraflores, nada más que a robar y menos para gobernar. Allá ellos. Esos si están locos, afirma señalando con el dedo su cabeza.
La estupidez es tan enorme que nos impide hacer un alto para vernos por dentro y reconocer si realmente estamos defendiendo a la Patria, a la izquierda perversa o estamos luchando contra nosotros mismos.
En fin, conocemos la genialidad de Albert Einstein frente a la estupidez, asimismo la sabiduría de un hombre de pueblo, renuente a aceptar las estupideces de otros.
Los que quedamos en Venezuela, aquellos que pretenden arreglar la destrucción del país, tienen que hacer uso de la inteligencia, no de la artificial, sino la natural y suprema, y de una vez por todas, dejar de fabricar estupideces.
Susana Morffe
susana.morffe@gmail.com